
El dolor es un tema complejo, que afecta a millones de personas, excepto a un grupo muy reducido de personas que padecen una condición extraña, y qué recibe el nombre de «insensibilidad congénita al daño».
Estas personas «insensibles», si se rompen un hueso no perciben dolor. Puede parecer suerte, pero no lo es en absoluto. Generalmente, estos sujetos viven menos.
Sé que estas palabras no consuelan a nadie que esté padeciendo dolor agudo o más persistente. A mí, por lo menos, no lo harían. Pero bueno, vamos a ver si podemos encender una llama, que nos brinde un poco de luz y esperanza ante la oscuridad del dolor..
Temer el dolor, puede hacer que se postergue por más tiempo. Querer que desaparezca también. En pocas cosas deberías creerme, pero en esta un poco, si. Creo que le tememos mucho porque tampoco nos lo han explicado desde un punto de vista biológico.
Podemos creer que los tejidos están tensos, dañados, rígidos, tirantes, desgastados, antiguos, flojos, débiles, etc. Sin embargo, aunque puede influir en la aparición del dolor, no es suficiente en absoluto.
El dolor surge del interior del organismo y bebe del contexto. ¿Qué quiero decir? Pues que cualquier situación que el organismo interprete cómo amenazante, seamos o no conscientes de ella, puede desencadenar una percepción desagradable de dolor en la consciencia. Y en ocasiones, si el dolor es inesperado y desconocido para nosotros, más le tememos. Adquiere una mayor relevancia.
El maldito dolor, pero necesario para la vida, puede aparecer por situaciones personales, profesionales, familiares o médicas, etc. Otro aspecto fundamental es comprender, no temer, que el cuerpo/organismo tiene memoria. A veces, puede aparecer un dolor de repetición que apareció en el pasado, si se repite alguna situación amenazante que desencadenó la primera experiencia dolorosa.
–Siempre me engancho del cuello, de la lumbar, del hombro, etc. Detrás de esa afirmación, hay una narrativa construida por el organismo que la persona cuenta. Hay un relato, la vida es lo que nos contamos, nos contaron, y nos contaremos.
¿Estabas esperando este momento? ¿La solución? Lamento decirte que no te la puedo dar, qué más quisiera yo, decirte…haz A y obtendrás B. SI pudiera, a menudo estaría en las Bahamas o en una cabaña perdida en la montaña. Sí te puedo decir que, si a algo hay que temer, no es al dolor. Es peor no recuperar o poder hacer las cosas habituales que nos gustan. Pueden ser cosas sencillas. De hecho, suelen ser éstas las que nos mejoran la vida.
Un caso verídico. Mari Carmen sufría del dolor lumbar persistente, pero cuando su hijo le visitaba con su nieto, Mari Carmen se agachaba, se movía y jugaba con él sin dolor. Así de complejo es el tema del dolor. Por supuesto, ella no se generaba el dolor, pero cuando aparecía volvían los sentimientos de desesperación, tristeza y sufrimiento respecto a la sensación y su cuerpo. “Dichosas memorias”.
¿Cómo le ayudé?
Intentándole mostrar que su columna no era tan frágil como “sus” creencias. Y obviamente, validando su sufrimiento. Si no consigo lo segundo, ya me puedo olvidar.
Me habrás escuchado decir, que pensar en un cuerpo dañado, sin estarlo, puede favorecer la aparición y repetición del dolor. No te culpo, los profesionales hemos fomentado ese aprendizaje. Os hemos repetido hasta la saciedad eso de la artrosis, la contractura, el desgaste, la calcificación, la protusión discal, la hernia del 2010, la edad, bla bla bla.
Pero la neurociencia y la educación terapéutica nos han mostrado otro camino. Ahora toca cambiar. Incluso, a pesar de las evidencias, nos cuesta cambiar porque tenemos mucho recorrido y dinero invertido en formaciones en las que nos dijeron que el dolor era una cuestión de tejido o emociones. Pues NO. En 2025 no se puede afirmar eso y dormir tranquilo.
En cuestiones de dolor, nada es tan fácil como parece. Tampoco resulta sencillo explicarlo. Yo aunque me esfuerce no lo consigo, ya me gustaría. Bahamas o montaña, las dos quizá.
Un abrazo.